V. Frankl: la "voluntad de sentido"
(1905-1997)

Una alternativa actual al sinsentido existencial promocionado por la filosofía postmoderna (y también al psicoanálisis de Freud) la puedes encontrar en la psicoterapía del psiquiatra austriaco Viktor Frankl. Para este psiquiatra (que estuvo recluido en los campos de concentración nazis) la primera fuerza motivante del hombre es la lucha por encontrarle un sentido a la propia vida. Lo más radical en nuestra naturaleza es la "voluntad de sentido" y no la “voluntad de placer” de Freud o la “voluntad de poder” de Nietzsche.
Esta idea de la "voluntad de sentido" me atrae mucho. En primer lugar porque destaca la naturaleza "filosófica" del ser humano (todos somos filósofos) que, más allá de le mera adaptación al medio (o la mera satisfacción de nuestros instintos), lo que realmente quiere es descubrir el sentido de todo, el porqué de todas las cosas y, dentro de este sentido general, el sentido propio de cada vida. Mi experiencia personal corrobora esta idea de Frankl. Ésta fue una de las razones que me impulsaron a estudiar filosofía: quería (y sigo queriendo) saber el por qué de todo.
Crítica al psicoanálisis
El psicoanálisis, para Frankl, tiene una visión mecanicista del ser humano. El ser humano no es para Freud un agente libre, sino una entidad en continuo conflicto entre dos instancias, el ello que busca realizar el placer y el super-yo que busca reprimirlo. El yo tiene que vérselas con ambas y procurar su entendimiento para lograr la supervivencia. Pero este yo consciente puede verse desbordado por una u otra instancia y entonces surgen diferentes psicopatologías que pueden conducir al ser humano a la muerte (si no domina al ello) o a una vida reprimida (si hace demasiado caso al super yo).
A esta teoría psicoanalítica opone Frankl su “análisis existencial”: el ser humano no es un mecanismo, es un agente libre, autónomo, que se ve a sí mismo como responsable de sus actos y cuya pasión fundamental es la “voluntad de sentido”.
A esta teoría psicoanalítica opone Frankl su “análisis existencial”: el ser humano no es un mecanismo, es un agente libre, autónomo, que se ve a sí mismo como responsable de sus actos y cuya pasión fundamental es la “voluntad de sentido”.
Un mal de nuestros días: la desorientación existencial
Para V.Frankl, la enfermedad de nuestro tiempo es la desorientación existencial del personal. Esta desorientación se traduce en "frustración existencial" que es la situación en la que una persona se sume en un sentimiento de falta de sentido o en una sensación de vacío. Vivimos en la "era del vacio" -según feliz expresión de Lipovesky- y claro el personal anda como las veletas:al viento que más sopla.
El remedio
La solución para esta enfermedad es encontrarle un sentido a la vida. ¿Cómo lograrlo? En primer lugar cada uno debe preguntarse por el sentido de su vida, bajo la premisa general de que en todo hay un sentido y que, en cualquier situación, por mala que sea, podemos encontrar un cometido que merezca la pena y del que podamos sentirnos orgullosos. Esto es lo que defiende V. Frankl en su libro más conocido "El hombre en busca de sentido", donde se relata su experiencia en un campo de concentración nazi. El psiquiatra inmediatamente le encontró un sentido a su estancia: debía ayudar a los demás a mantener la esperanza y a darle un sentido a su situación a pesar de los nazis. Impresionante, la verdad.
(No dejes de leer este interesantísimo libro)

Para comprender esta idea también puedes ver "La vida es bella", una genial película que está, al parecer, inspirada en parte en el libro de V. Frankl. Se cuenta la historia de la estancia en un campo de concentración nazi de un padre y un hijo y de cómo se las apaña el padre para hacerle a su hijo feliz esa dramática situación. Ése era el sentido que le dió a su existencia en esa terrible situación: hacer que su hijo no sufriera lo más mínimo y que casi ni se diera cuenta de la situación. Podría haber hecho lo que otros:quejarse y vivir atemorizado, pero optó por hacer algo que tuviera sentido en ese mundo de locura irracional en el que se encontraba atrapado.
¡Impresionante!

Encontrar el sentido propio que tiene nuestra vida es como descubrir parte de la verdad del Universo y luchar por conseguir realizarlo debe ser, para V. Frankl, la guía de nuestra conducta. Seremos más felices si nos consagramos a un deber, a hacer algo por alguien, si nos autotrascendemos, es decir, si salimos de nosotros mismos. (Esta idea me suena: ya la hemos visto formulada por el cristianismo con su mandato de amor al prójimo. Vaya, vaya...) Por eso nada más lejos de la felicidad del ser humano que buscar simplemente una vida tranquila y adaptada (tan de moda en nuestros días) o pensar que todo es casual o producto de la suerte.
Si no le encontramos un sentido a nuestra vida, dice Frankl, corremos dos serios peligros, o bien hacemos lo que hacen otros (conformismo) o lo que otras personas quieren que hagamos (totalitarismo). Por eso, encontrarle un sentido a la vida ( rechazando la idea de la vida como algo casual) y esforzarse en cumplirlo, es la mejor solución para evitar ambos peligros. Además, concluye, Frankl solo así seremos felices y nos mostraremos satisfechos con nuestras vidas.
La conciencia moral
Otra idea genial de este psiquiatra es su análisis de la conciencia moral humana. Somos libres y por eso somos responsables de lo que hacemos. Dicho en sentido contrario: si no fuéramos libres no seríamos responsables de nada de lo que hacemos. Luego si somos responsables (por ser libres) la cuestión que hay que plantearse es: pero, ¿responsables ante quién? Muchos han contestado a esta pregunta diciendo que, como poco, esta responsabilidad del ser humano es ante su conciencia. Y aquí es donde Frankl resulta innovador: ¿Cómo ante su conciencia? ¿Quiere esto decir que somos solo responsables ante nosotros mismos? ¿Qué tipo de responsabilidad es esa? ¿Es suficiente decir que somos responsables ante nosotros mismos? Para Frankl esto no tendría sentido: no es ante uno mismo ante quienes somos responsables pues entonces cualquier decisión que tomemos sería moralmente aceptable, ya que si el yo es el legislador absoluto puede justificar cualquier decisión. ¡Toma ya!
La conciencia moral nos sitúa (lo queramos o no) ante el "deber ser" de cada uno, que es independiente de cualquier otro impulso o deseo, e incluso contrario a éstos. Un deber que solo surge del yo justificaría cualquier decisión del yo. Por eso el deber que nos muestra la conciencia no puede ser sino la voz de otra instancia superior al yo. Esa otra instancia es Dios o lo que es lo mismo el principio absoluto del Bien del que solo pueden emanar los imperativos morales. Por eso para Frankl la responsabilidad moral es una responsabilidad, no ante mi conciencia, sino ante una instancia superior a ella que habla a través de ella.
No me considero una persona perspicaz pero esta argumentación me parece muy difícil de rebatir. Si es verdad que en nuestra conciencia resuenan esos imperativos morales que son independientes e incluso contrarios a nuestros impulsos o a la educación recibida, entonces Alguien habla en nuestra conciencia. La responsabilidad moral solo tiene sentido si existe un ante quién ser responsable, o sea, si existe Dios. Esto lo sabía muy bien Nietzsche: si Dios no existe, ¿por qué el yo ha de someterse a criterio moral alguno? O dicho en otros términos: si soy yo la última instancia a la hora de decidir mi acción puedo hacer literalmente lo que me dé la gana.
La presencia ignorada de Dios
De todo esto se deriva una argumentación sobre la existencia de Dios que me parece también muy solida. La conciencia remite a algo extra-humano, distinto de uno mismo, del que provienen los mandatos morales. La conciencia no es la ultimidad, sino la "penultimidad", pues uno no es responsable ante sí mismo (ya que el yo libre puede decidir hacer lo que quiera), sino ante quien manda cumplir con el deber. La conciencia no tiene ni un origen psicológico ni psicogenético, sino ontológico. Ningún ideal moral es eficaz si proviene del yo, si es inventado por el yo, pues el yo puede cambiarlo a su gusto, careciendo así de suficiente imperatividad. El auténtico ideal moral es categórico y ha de provenir de una instancia extra humana. Si no es así, estaríamos como colgados en el aire (un deber ser lanzado hacia la nada -Sartre- no tiene sentido).
De modo que la conciencia abre el camino a la trascendencia, a una instancia extra-humana que ha de ser algo personal, pues sus mandatos se dirigen a la persona como tal persona, única e irrepetible. Puede ser ignorada o no, pero su voz resuena en nosotros lo queramos o no. El hombre irreligioso ignora esta trascendencia, no se pregunta "de dónde" surge su conciencia ni "ante qué" se es responsable. Pero no, por ello, (todos tenemos ese inconsciente religioso) deja de tener una tendencia inconsciente e intencional hacia Dios. Por eso hablamos de "la presencia ignorada de Dios", porque Dios nos puede ser inconsciente en la medida en que su presencia es reprimida.
Este Dios oculto, por otro lado, no es la "imagen del padre" como sostenía Freud, sino más bien el prototipo de toda paternidad. Aunque nuestro padre carnal sea el primero ontogenética, biológica y biográficamente, Dios es el primero ontológicamente. Mi padre carnal es el representante de Aquel que lo ha engendrado todo. Tampoco puede reducirse a un Dios panteísta (a la idea de que Dios está en nosotros). Lo que está en nosotros es su voz que nos invita a un diálogo personal. Y una aclaración más: este Dios habla en el inconsciente y nos deja libertad, no es un impulso (como pensaba Jung), como pueda serlo un impulso instintivo o erótico.
Este Dios oculto, por otro lado, no es la "imagen del padre" como sostenía Freud, sino más bien el prototipo de toda paternidad. Aunque nuestro padre carnal sea el primero ontogenética, biológica y biográficamente, Dios es el primero ontológicamente. Mi padre carnal es el representante de Aquel que lo ha engendrado todo. Tampoco puede reducirse a un Dios panteísta (a la idea de que Dios está en nosotros). Lo que está en nosotros es su voz que nos invita a un diálogo personal. Y una aclaración más: este Dios habla en el inconsciente y nos deja libertad, no es un impulso (como pensaba Jung), como pueda serlo un impulso instintivo o erótico.
La auténtica religiosidad
"La verdadera y auténtica religiosidad no tiene carácter impulsivo, sino decisivo; la religiosidad permanece con su carácter decisivo y deja de ser tal si se asimila a la impulsividad. Porque la religiosidad o es existencial o no es en absoluto... para nosotros, repetimos, el inconsciente espiritual y muy en particular la religiosidad inconsciente no es un inconsciente determinante, sino existente..."
No cabe hablar pues del "porvenir de una ilusión" sino de la "eternidad de una realidad" y de la "...actualidad y omnipresencia de esa realidad que constituye, como se nos ha puesto de manifiesto, la religiosidad del hombre: una realidad en el sentido empírico más estricto; realidad, lo repetimos, que también puede permanecer o hacerse inconsciente, e igualmente reprimida".
Pero esta religiosidad (esta idea me chifla) sólo es auténtica si es decidida libremente por el ser humano, no si se es impulsado hacia ella. Libertad que es la base de la dignidad humana, que llega incluso al no a Dios, permitido por el propio Dios. Lo cual debe conducir a la tolerancia y al respeto del no creyente, que debe encontrar por sí mismo el camino hacia la trascendencia.
No cabe hablar pues del "porvenir de una ilusión" sino de la "eternidad de una realidad" y de la "...actualidad y omnipresencia de esa realidad que constituye, como se nos ha puesto de manifiesto, la religiosidad del hombre: una realidad en el sentido empírico más estricto; realidad, lo repetimos, que también puede permanecer o hacerse inconsciente, e igualmente reprimida".
Pero esta religiosidad (esta idea me chifla) sólo es auténtica si es decidida libremente por el ser humano, no si se es impulsado hacia ella. Libertad que es la base de la dignidad humana, que llega incluso al no a Dios, permitido por el propio Dios. Lo cual debe conducir a la tolerancia y al respeto del no creyente, que debe encontrar por sí mismo el camino hacia la trascendencia.
Dos anécdotas
Para terminar con este autor me vas a permitir un par de anécdotas que explican muy bien el sentido de su filosofía. Casi mejor que te las cuente el propio Frankl:

(Prisión de San Quintín)
"Cerca de San Francisco hay otro presidio, San Quintín, cuyo director me pidió repetidas veces que fuera a dar una conferencia, a hablar delante de los presos. Es una cárcel de las de peor fama; incluso hoy se conserva una cámara de gas. Me acompañó un profesor de la Universidad de Califomia que quería entrevistar a los presos al finalizar mi conferencia. Les preguntó qué opinaban de la misma -pues cada mes venían a la cárcel psicólogos y psiquiatras de San Francisco- y los reclusos le dijeron: «Mire, todos intentan convencemos de que nuestro pasado, nuestra niñez, es el culpable de todo, que lo llevamos encima, arrastrándolo sin parar como una rueda de molino atada al cuello. En general, prácticamente todos nosotros hemos dejado de acudir a las conferencias. A la de Frankl sí que hemos ido porque nos han dicho que también fue prisionero, pero este Frankl nos ha explicado algo muy distinto que los demás, porque ha dado a entender que cada uno de nosotros todavía podría tomar las riendas de su destino, podría convertirse en otra persona». Permítanme que les traduzca a mi alemán de Viena lo que realmente les dije a aquellos presos: «Chicos, vosotros sois personas, personas igual que yo, y como personas, sois libres y responsables. Habéis tenido la libertad de cometer un disparate, una canallada, un crimen. Pero ahora hacedme el favor de pensar que tenéis la responsabilidad de superaros a vosotros mismos, de ir más allá de vuestro estado de culpabilidad». Miren, puedo demostrar que lo aceptaron favorablemente, que tuvo éxito, porque presentar a una persona que ha cometido un crimen cualquiera como víctima de las circunstancias no tiene absolutamente nada que ver con el humanitarismo, sino todo lo contrario, es una de las peores humillaciones que podemos causar a un ser humano, una violación de su dignidad, porque, si así lo hiciéramos, lo consideraríamos un mero aparato estropeado, una máquina que debe ser reparada, cosa que el hombre no es en absoluto. y viceversa, si tomamos en serio al ser humano como tal, si lo consideramos libre y responsable, podremos apelar también a su libertad y a su responsabilidad, y solo así le daremos una oportunidad para que realmente «tome las riendas» de su destino, para que se transforme y se supere. Ser persona no significa nunca tener que ser sólo así y nada más, sino que es poder ser siempre de otra manera. Esta capacidad de autotransformación, esta capacidad de madurar más allá de uno mismo no se la puedo negar a nadie, porque si no, la capacidad se marchitará."
Y la segunda:
"Miren, una vez yo mismo me convertí en culpable con respecto a esta «negación» de la capacidad, a este derrotismo moral. El individuo más mefistofélico que he conocido en mi vida fue un íntimo compañero de profesión que más tarde sería conocido como «el matarife del Steinhof», que era una institución para enfermos mentales de Viena. Se había destacado como nadie en la eutanasia practicada a los enfermos mentales durante el nazismo. Tras la guerra se dijo que había huido a América del Sur. Pero un par de años más tarde me vino a ver a la consulta un antiguo diplomático austriaco y me preguntó algo así como: «Dígame, doctor, ¿por casualidad conocía usted al doctor Fulanito?». Resultó que ambos compartieron celda en la célebre cárcel moscovita de Lubjanka. Mi colega murió allí, relativamente joven, de cáncer de vejiga. Picado por la curiosidad, le pregunté: «¿Qué clase de persona era en aquel entonces?». El diplomático me respondió: «Ese tipo fue el mejor compañero que se puede imaginar. Por poco que podía, nos ayudaba, y si no podía, por lo menos nos consolaba. Debo admitir -éstas fueron las palabras del diplomático- que era un santo».
Damas y caballeros, ¿se atreverían ahora a dirigirse a alguien y negarle la capacidad de «convertirse en otro»?
Damas y caballeros, ¿se atreverían ahora a dirigirse a alguien y negarle la capacidad de «convertirse en otro»?
(V. Frankl. Sobre el poder de obstinación de la mente. En “El principio era el sentido”. Paidós).
Bueno, creo que merecía la pena extenderse un poco con este psiquiatra, que ha creado toda una escuela y que a mi me parece de una gran lucidez. Estés o no de acuerdo con sus planteamientos no dejarás de reconocer que tienen su lógica.