La polémica entre racionalistas y empiristas
Ni el racionalismo negó el valor de la experiencia de modo absoluto, ni el empirismo dejó de subrayar que hay una cierta actividad mental en todo proceso cognoscitivo. Lo que sucedió es que ambos acentuaron un aspecto del problema. Los racionalistas hicieron hincapié en que de la pura experiencia no se deriva verdad alguna y que, por lo tanto, el uso de la razón es ineludible para lograr la verdad, que en ella se encuentra esta verdad, y que si no está en ella, no está en ninguna parte. Los empiristas, concibieran la mente como una hoja de papel en blanco que si no recibe experiencias no puede saber nada acerca del mundo y que su actividad se circunscribe a la tarea de establecer regularidades.
En el problema moral -el de determinar los criterios de bondad o maldad de las acciones humanas- racionalistas y empiristas también estuvieron divididos. Ambos dotaron al sujeto de la capacidad de establecer desde sí mismo estos criterios, pero sus criterios autónomos fueron diferentes.
Primeras críticas al absolutismo político
La problemática política estuvo marcada por la polémica entre los defensores del absolutismo político y los que lo atacaron. En el siglo del Barroco (Sg.XVII) el poder de los Monarcas ya había logrado sus objetivos primordiales: la indivisibilidad e irrevocabilidad del poder político. Pero la burguesía enriquecida por el capitalismo comercial reclamó su derecho a participar en el poder político con la pretensión última de llegar a ostentarlo de forma exclusiva. Esta pugna es, en parte, la historia política de la Época Moderna. En este siglo se logró la primera quiebra del absolutismo político con la Revolución Inglesa de 1688 y fue el siglo además en el que a nivel teórico se comenzó a combatir abiertamente este absolutismo.
La defensa del absolutismo político (el poder del monarca es indivisible e irrevocable) se apoyó en la denominada "teoría del origen divino del poder" expuesta por Jacques Bossuet (1627-1704) en Francia y por Robert Filmer (1588-1653) en Inglaterra. También el absolutismo político fue defendido desde una óptica no religiosa por Thomas Hobbes, (1588-1679) quien en su obra el "Leviatán" explicó que los gobernados acuerdan conceder al gobernante un poder absoluto, pues esa es la única forma eficaz de lograr la paz social que es lo que interesa a todos.
Fue John Locke (1632-1704) quien -desde el contractualismo- se alineó decididamente entre los que postulaban la caída del absolutismo. Su obra "Dos tratados sobre el gobierno civil" es la teorización de esta posición y la defensa de un sistema político en el que el poder esté dividido y éste pueda ser revocable, si no cumple con los fines de asegurar la vida y la libertad de las personas.

(J. Locke)
Locke inauguró una concepción representativa del poder en la que el individuo ostenta una serie de derechos individuales inalienables, a la vida, a la propiedad y a la libertad, que todo poder ha de respetar, dando lugar así al liberalismo político. Este ha de ser el contenido del "contrato social" entre el individuo y el Estado, y no una carta en blanco como pretendía Hobbes. Las teorías de Locke fueron el anticipo de lo que estaba por venir y la muestra palpable de que la autonomía individual también se quería a nivel político.
Importancia de la filosofía del siglo XVII
En este siglo se formuló definitivamente el principio de la autonomía de la razón con el "cogito" cartesiano y se alumbró el idealismo. Como tal, supone un giro de 180 grados con respecto a la filosofía realista que le había precedido durante la Edad Media y la Antigüedad. El idealismo postula la primacía del sujeto que piensa y todo lo deriva de sí mismo. Ya no hay más autoridad que la razón humana para admitir verdades. Este optimismo racionalista descansa a su vez en los progresos de la ciencia y llegará a su máxima expresión en el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración.
Igualmente el siglo XVII es importante porque en este siglo se alumbró el liberalismo político que trajo consigo la caída del absolutismo político y que tanto ha inspirado nuestras actuales democracias liberales. El liberalismo aportó la idea de la limitación del poder mediante su control por el pueblo. Así mismo, defendió la idea de la existencia de unos derechos individuales, -a la vida, a la propiedad y a la libertad- que ni siquiera un poder democrático puede vulnerar. Tales ideas aún siguen influyendo en nuestros días.