Hume (I)





Este filósofo fue un hombre apacible y bonachón que recibió el apelativo cariñoso de "le bond David", que significa algo así como "el bueno de David". Solo hay que ver sus mofletes rosáceos y el gorro que lleva puesto para darse cuenta de que era un buen hombre. Hume estaba empeñado en elaborar una ciencia sobre el hombre al mismo nivel que las ciencias naturales. A ello se dedicó con pasión en pleno siglo XVIII, el siglo de la Ilustración. Un siglo en el que todo se quiso racionalizar.






El principio del empirismo


Hume parte del principio empirista formulado por Locke según el cual "nada hay en el entendimiento que no haya sido antes recibido por los sentidos". De este principio -llevado hasta sus últimas consecuencias- se deriva que el límite y el alcance de nuestro conocimiento lo marca la experiencia y que, por ello, muchas de nuestras ideas no son legítimas al no corresponderse con una impresión (ya sea externa o interna).

Adiós a la metafísica


Por ejemplo, no conocemos si existen las sustancias (esa realidad de la que procederían las impresiones que recibimos), ni sabemos si existe nuestro propio yo (o alma) que es quien, presuntamente, conoce.

a.No conocemos el yo. Para que entiendas esta afirmación de Hume necesitamos un vaso de agua. Ahí lo tienes:



El vaso contiene agua del mismo modo que nuestra alma contiene ideas. O sea el vaso (como el alma) es el continente, y el agua (como las ideas) es el contenido. Lo que dice Hume es que conocemos las ideas (el agua), pero no el yo (el vaso).


Si piensas en tí mismo, dime: ¿qué idea se corresponde con tu propio yo? ¿Cómo es tu vaso? No podemos contestar a esa pregunta porque, en cierto modo, nosotros no somos sino el recuerdo de todo aquello que hemos experimentado a lo largo de la vida. Pero una cosa es lo que experimentamos y otra muy distinta quién experimenta. Y lo que sucede es que tenemos conocimiento de lo que nos pasa pero no conocemos a quién le pasa.


Esto, claro está, no significa que, para Hume, el alma (el yo) no exista. Simplemente no lo conocemos. Creemos que existe porque suponemos que todas nuestras percepciones han de ser conocidas por alguien pero no sabemos si existe


Sería inexplicable que existiera el agua y no existiera el vaso. ¿No crees?


Así que eso de la evidencia del yo, que decía Descartes, salta por los aires.



2º. Tampoco sabemos si existe el mundo, es decir, las sustancias del mundo. Para que entiendas esto nos tenemos que ir al cine a ver a Jennifer López. Ahí la tienes.



Dime, ¿cuando estamos delante de la pantalla viendo a Jennifer López, está allí Jennifer López? No, ¿verdad? Recibimos impresiones de Jennifer López y nada más. Pues algo así pasa con las cosas del mundo: recibimos muchas impresiones, no solo visuales y sonoras como en el cine, sino también táctiles, gustativas y olfativas, que por darse contigüas en el espacio y en el tiempo, nos hacen pensar que las cosas del mundo están ahí (las sustancias). Pero en realidad todo podría ser una gran película de cine.


Hume lo explica con el ejemplo de un melocotón. Conocemos su forma, su tamaño, su color, su testura y su sabor, pero no conocemos algo distinto a estas impresiones, o sea, no conocemos nada que sea el melocotón.


(Ya que estamos aprovecho para recomendarte un cuento maravilloso de R. Dahl, "James y el melocotón gigante".)

Conclusión: la filosofía de Hume desemboca en el escepticismo (no sabemos si existe el mundo, sabemos si existimos nosotros y tampoco podemos saber si existe Dios) y en el fenomenismo (solo tenemos acceso a la realidad fenoménica, a lo que se muestra). De todo esto se deriva que la metafísica (que era para los racionalistas un conocimiento válido) no es una ciencia porque los tres objetos de su estudio no están al alcance del conocimiento humano.

El problema del método científico o problema de la inducción

Este escepticismo lo extendió Hume también a la ciencia al criticar el principio de causalidad (principio imprescindible para hacer ciencia) y el método inductivo (que es el método que emplea la ciencia para elaborar sus leyes). Veámoslo brevemente:


A. Según Hume no conocemos la relación entre las causas y los efectos. Esta relación la establece nuestra imaginación que asocia dos impresiones que se dan siempre una antes que la otra, en el mismo espacio y tiempo y de manera constante. Pero nadie ve la relación de causalidad. Si la viéramos seríamos omniscientes. Pero no es así. Y porque no es así caben los errores en la ciencia cuando asociamos causas y efectos sin que exista relación entre ellos. Tampoco conocemos que las relaciones de causalidad vayan a mantenerse en el futuro. Suponemos que se mantendrán, pero no lo sabemos.


B. Tampoco el método inductivo es seguro. Nadie es capaz de hacer todas las observaciones posibles como para estar seguro de que la generalización inductiva (la ley científica) sea siempre verdadera. Un ejemplo: vamos al campo y vemos una bandada de cuervos negros y decimos: "todos los cuervos son negros". Pero, ¿hemos visto todos los cuervos existentes presentes y futuros? No. Entonces nuestra generalización siempre está en peligro de ser refutada. No es segura al cien por cien. Este ejemplo de los cuervos viene al pelo, porque aunque raros, existen cuervos blancos. Igual pasa con los cisnes (que al parecer son mayoritariamente blancos) pero también los hay negros y con las langostas (que también son, por lo general, rojizas) pero también las hay albinas. Me ha costado, pero hay lo tienes: ¡un cuervo blanco!


Así que para Hume los resultados de la ciencia hemos de considerarlos problables. No es posible alcanzar leyes necesarias al estilo de Newton. Leyes como la ley de la gravitación universal que comienza por decir:"Todos los cuerpos se atraen..."

¿Es completamente verdadera esta ley? ¿Todos los cuerpos se atraen según dice Newton? ¿También los electrones? ¿También los núcleos atómicos? No, ¿verdad?


Pues entonces, adiós al universalismo de la ciencia.


Con esta critica a la idea de causalidad y al método inductivo Hume le asestó un duro golpe al optimismo científico moderno. A partir de él se inició una discusión sobre el alcance y validez de la ciencia que llega hasta nuestros días. Vamos que Hume le bajó los humos al racionalismo científico del siglo XVIII.


El Hume vital



Ahora bien, Hume se cuidó muy mucho de dejar clara una idea: que no sepamos si existen las sustancias y que no sepamos que nuestras leyes científicas vayan a seguir cumpliéndose en el futuro, no quiere decir que no tengamos que vivir y suponer que la realidad está ahí, que nosotros estamos también en este mundo y que las leyes de la ciencia se cumplen. Es nuestra naturaleza la que nos inclina a pensar así y haremos muy bien en hacerla caso. Pero que quede bien claro: son creencias.


Mi comentario



Estas ideas del Hume llamado "vital" frente al Hume "escéptico" me sugieren algunas reflexiones para terminar:



1ª.-En realidad, siguiendo a Hume, creemos en más cosas de las que nos imaginamos. O sea que "creer" no deja de ser un acto humano de lo más natural.



2ª.- La actividad de los científicos no está exenta de creencias y suposiciones, como la creencia en el principio de causalidad y la creencia en la permanencia de las leyes de la ciencia.



3ª.-Lo que más me sorprende de este análisis de Hume es que demuestra, indirectamente, una vez más, que hay realidades que no podemos ver pero tienen que existir: nuestro yo es una de ellas. Así que aquel cirujano que dijo que el alma no existía porque él no se la había encontrado por ninguna parte en sus operaciones, dijo - con el debido respeto- la más grande tontería que se pueda decir. El alma no puede verse (ni siquiera sus contenidos), pero está ahí. Es algo que no podemos negar por muy sorprendente y prodigioso que nos pueda parecer.


4ª.-Esto, por otro lado, hecha por tierra el materialismo, o sea, la idea de que solo existe la materia. El alma no es materia, pero existe.




Bueno, bueno, aquí lo dejo que el ordenador ya hecha humo. Hoy hemos hilado fino. Pero así es la filosofía. Para descansar puedes irte al cine, pero recuerda: allí no encontrarás a Jennifer López. ¡Ya quisieras, pibe!