EL PENSAMIENTO CRÍTICO Y SUS
ENEMIGOS
Marcial Izquierdo
Lectio Brevis
IES Cardenal López de Mendoza
27 de Junio de 2018
Vivimos en una época, la Era de Internet y los Mass-Media, que se caracteriza por el hecho de que la
verdad ha pasado a ser, como decía Nietzsche,
“la mentira más poderosa”. Por todas
partes nos acechan falsas informaciones (fake news), manipulaciones interesadas
de los hechos, demagogia política, publicidad engañosa, propaganda emocional y
demás mentiras interesadas. Parece que
en nuestros días ha triunfado un tipo
nuevo de relativismo, que podríamos denominar “relativismo mediático”, para el
que la verdad es siempre una reinterpretación
interesada de la realidad. Hoy, la verdad ya no se concibe como una adecuación
de los hechos con la información, sino
como una adecuación entre los intereses del emisor del mensaje y el “relato de los hechos”. La verdad ya no
importa, lo que importa es el convencimiento.

La situación se agrava si tenemos en cuenta
ciertos descubrimientos recientes de la Psicología
cognitiva, la Sociología y las Ciencias de la Comunicación. Estas ciencias han
puesto en cuestión la supuesta libertad de pensamiento individual. Sus
descubrimientos demuestran que existen mecanismos casi automáticos que explican
el proceso de aceptación o rechazo de ideas y creencias. Estos automatismos
mentales, denominados por los psicólogos “sesgos
cognitivos”, afectan a nuestra intuición y a nuestra manera de razonar y
explican por qué asumimos unas ideas y rechazamos otras. También los
psico-sociólogos han comprobado que la presión del grupo al que
pertenecemos y las emociones juegan un
papel importantísimo a la hora de asumir ideas o creencias. Incluso, como nos
hizo ver Freud, es hoy bastante claro para la Psicología que nuestros propios
problemas psicológicos internos explican
por qué, en muchas ocasiones (y como un mecanismo de defensa), nos engañamos
acerca del mundo y llegamos, incluso, a inventarnos la realidad. Parece que el
individuo “soberano y crítico”, que es la premisa sobre la que se asientan
nuestras democracias liberales- no existe para las Ciencias Humanas. Lo que
parece haber, por el contrario, es un individuo “post-soberano” sometido a todo tipo de influencias que no es
capaz de dominar.
Así las cosas merece la pena preguntarse:
¿Somos, realmente, libres de pensar lo que pensamos? Es decir: ¿es
posible un pensamiento libre y crítico o, por el contrario, estamos determinados a pensar lo que pensamos? Para
responder a esta pregunta es necesario investigar los sesgos cognitivos y ver
hasta qué punto nos afectan y si es posible superarlos o no.
Los “sesgos
cognitivos” son tendencias psicológicas o modos de operar de nuestra mente
que nos conducen a cometer errores en la
interpretación de la información disponible. Estos modos de proceder son mecanismos casi inconscientes, por eso, no
es de extrañar que sean utilizados por publicistas, políticos e ideólogos de
todo tipo para imponer su verdad en nuestras mentes.
La clasificación de los “sesgos cognitivos” que
propongo se ha elaborado teniendo en cuenta las causas u origen de estos sesgos
cognitivos. ¿De dónde provienen? En mi investigación he detectado
principalmente cuatro orígenes o causas. Unas son intrínsecas al sujeto y otras
extrínsecas. Entre las causas
intrínsecas están un mal empleo de nuestra intuición y de nuestra razón, la
interferencia de las emociones y la influencia de nuestra propia psiqué (o sea
de nuestros desequilibrios psicológicos).
Y en las causas extrínsecas
están las presiones derivadas de nuestra pertenencia a un grupo social. Teniendo
en cuenta esta clasificación el plan que voy a seguir es describir estos sesgos
agrupados en cuatro apartados:
A. Sesgos cognitivos debidos a errores de la
intuición y de la mente al razonar. Nuestra mente no es una máquina
perfecta. Tanto nuestra intuición como la razón fallan. En la vida diaria
ocurre que no podemos analizar todos los
datos y lo que hacemos es proceder de forma intuitiva o razonamos de forma
indebida. En unos casos, por ejemplo, le damos demasiada importancia a cierta
información y demasiado poca a otra. En otros casos, simplemente, quedamos
atrapados en diversas falacias (razonamientos con la apariencia de corrección
pero que no son válidos).
B. Sesgos cognitivos debidos a causas
emocionales:
las emociones distorsionan, con mucha frecuencia, nuestra visión del mundo y
nuestra manera de razonar y actuar. Los sesgos emocionales constituyen una
verdadera plaga y explican por qué muchos piensan lo que piensan y son
incapaces de evolucionar hacia otras
formas de pensar más cercanas a la verdad.
C. Sesgos cognitivos debidos a la presión social: adaptamos
nuestra manera de pensar a la del grupo porque no queremos vernos excluidos.
Cuando las ideas del grupo son falsas (lo que sucede con demasiada frecuencia)
entonces nosotros también nos equivocamos.
D. Sesgos cognitivos debidos a causas psicológicas: la mente
humana se inventa hechos, niega situaciones,
adapta o modifica su manera de pensar como un “mecanismo de defensa”
frente a las frustraciones o fracasos vitales. Estamos ante problemas
psicológicos que causan errores en nuestro pensamiento.
Esta clasificación no hay que tomarla de
manera rígida. Sucede que todos estos sesgos están relacionados entre sí y, en
ocasiones, unos son la causa de otros. Qué duda cabe, por ejemplo, que las
emociones causan errores al razonar o la presión grupal produce determinadas
emociones que, a su vez, conducen al error.
Sin ánimo de ser exhaustivo (porque hay muchos
sesgos y cada vez los psicólogos descubren más) comentaré a continuación los
que considero principales o más
habituales.
El
primer sesgo debido a errores de la mente al razonar es el sesgo de disponibilidad. Este es el error “number one” que comete
nuestra mente cuando analiza información. Según este sesgo interpretamos la
información que recibimos dando más importancia a la información disponible (ya
sea porque algo nos ha llamado la
atención o simplemente porque es lo primero que nos viene a la cabeza) que a
todo un conjunto de datos que deberíamos tener en cuenta. Un ejemplo de este
sesgo podéis verlo en el error dramático cometido por Mao Tse Tung quien ordenó exterminar a todos los gorriones para
aumentar la producción de cereal. Lo que consiguió no fue un aumento del grano
recolectado sino la pérdida de la mayoría de las cosechas por las plagas de
insectos que acabaron con ellas. Mao no tuvo en cuenta un dato y es que los
gorriones también comen insectos y evitan las plagas. El error de Mao fue no
tener en cuenta todos los datos. Las consecuencias de este error fueron
fatales: gran hambruna y millones de muertos. El remedio para evitar este sesgo
es, obviamente, recabar más datos y no razonar solo con los datos disponibles.
Un
segundo error al razonar es la “generalización
indebida” o “ilusión de serie”
como la llaman los psicólogos. Según este sesgo alcanzamos una conclusión general
en base a la repetición observada de unos ciertos hechos. El problema está (de
nuevo) en que no tenemos en cuenta todos
los hechos y las generalizaciones que hacemos pueden verse falsadas. Eso es lo
que le pasó al famoso pavo “inductivista” de Popper. El tal pavo vive
felizmente en una granja de Arkansas y es alimentado copiosa y diariamente
durante un año con el objetivo de engordarlo para el día de Acción de Gracias.
El día anterior a su sacrificio el pavo no piensa (ni por asomo) que el
granjero en vez de traerle su pienso (como todos los días durante 362 días) va
a entrar con un enorme cuchillo y le va a cortar el cuello. El error del pavo
es haberse fiado del modo de razonar inductivo y haber dado credibilidad a una
generalización indebida. Lo que tenía que haber hecho el pavo es (sin duda
alguna) haberse escapado de la granja a
toda pastilla. Pues, tal que al pavo nos pasa a nosotros. Nos fiamos de hechos
que se repiten, generalizamos, pero no tenemos en cuenta las excepciones que
aparecen por todas partes y otros hechos que no conocemos. Existe «el
cisne negro» o el «cuervo blanco» y las sorpresas de la vida. La generalización es un
mecanismo muy común en todos nosotros porque la mente está continuamente buscando
regularidades con las que explicarse lo que pasa a nuestro alrededor. Pero no
siempre las generalizaciones son verdaderas. Hay, por ejemplo, generalizaciones políticas falsas (y muy
peligrosas) como las que se hacen cuando alguien se atreve a hablar en nombre del
“pueblo”, o de los “catalanes”, o de los “españoles” o de los “alemanes” y afirma
que son o quieren esto o aquello. Pero, la pregunta es: ¿de cuántos exactamente
estamos hablando? No se puede hablar en nombre de todos como si no hubiera pluralidad
y variedad en la sociedad. Es mucho más científico y objetivo señalar
porcentajes y situarlos en el espacio y en el tiempo porque los hechos cambian
a cada instante. Por ejemplo, cabe decir: “Según la encuesta X, realizada en Marzo de 2018, el 48% de los
catalanes desea la independencia frente a un 52% que la rechaza”. Esta
afirmación se circunscribe a un tiempo y a un lugar precisos y puede variar. No
puede decirse “los catalanes queremos ser independientes de España” ni siquiera
si una mayoría de catalanes estuviera a favor. Las generalizaciones indebidas
solo pueden ser rebatidas aportando falsaciones y datos precisos y concretos.

Un
tercer error que comete nuestra mente al razonar es el efecto “halo”. Este error consiste en confundir la “apariencia”
con la “esencia”. Por ejemplo, un rasgo o aspecto de una persona nos impresiona y tendemos a extenderlo a toda
la persona. En realidad este es de nuevo el “sesgo de disponibilidad” pues no
tenemos en cuenta otros datos de la persona y lo que hacemos es generalizar
erróneamente. Nuestra primera impresión de alguien ha sido buena y ya pensamos
que se tratará de una bellísima persona. Pero esto no es seguro. En política se
usa mucho el efecto “halo” cuando se buscan siempre candidatos guapos y de
buena presencia. Lo mismo sucede en el marketing comercial. Un famoso
experimento realizado en una Universidad norteamericana demostró que este sesgo
existe. Se calificaron exámenes escritos con diferentes tipos de letra que, sin
embargo, eran idénticos en cuanto a los contenidos y sucedió que los exámenes
escritos con peor letra obtuvieron más baja calificación que aquellos que
estaban escritos con buena letra.
Un
cuarto y temible error al razonar es la
simplificación. Este error lógico se
comete cuando se trata de «reducir» algo complejo a algo muy sencillo,
afirmando que «esto no es más que ...», concentrándose en un aspecto limitado
del fenómeno global.
Una simplificación histórica: “la guerra civil española se
desencadenó por el deseo antidemocrático de terminar con la República de unos
cuantos generales”. Es obvio que hay que considerar más causas y que para ello
nos vendría bien leer a diferentes historiadores de diferente signo ideológico
para hacernos una idea más objetiva de lo que pasó y por qué paso. Otro ejemplo,
señalado por numerosos politólogos (véase José María Mardones en su obra “La
democracia Sentimental”), es la
simplificación populista. Para el
populismo solo hay dos tipos de clases: la “casta” y el pueblo “virtuoso”. Los
“malos” y los “buenos”. Obviamente esto es una simplificación interesada y
falsa. La realidad es más compleja (hay más clases sociales) y ese pueblo
“virtuoso” no deja de ser un mito. Por lo general, hechos complejos tienen
causas complejas. La realidad es diversa y plural.

Un
último error al razonar que voy a comentar (hay muchos más) y que es muy común
en investigaciones sociológicas es el de falsa
correlación. Los estadísticos nos dicen que dos variables están
correlacionadas (por ejemplo, variable 1= fumar; variable 2= sufrir cáncer)
cuando los valores de una de ellas varían sistemáticamente con respecto a los
valores de la otra. Pero correlación no implica relación de causalidad. El
ejemplo de la gráfica de la imagen es bien ilustrativo: son las curvas
estadísticas del consumo de margarina y del número de divorcios en Maine (USA)
que son –como puede verse- coincidentes. ¿Significa esto que un mayor o menor consumo de margarina causa
un mayor o menor número de divorcios?
Obviamente no. Correlación no significa causación. ¡Cuidado con este error que
los periódicos están repletos de noticias de investigaciones basadas en falsas
correlaciones!
Dejo
atrás los errores que cometemos al razonar y paso a los sesgos debidos a la influencia de las emociones. Antes tengo que
decir que el estudio de las emociones es uno de los temas más apasionantes y
difíciles de la Psicología. Las emociones nos son muy útiles en muchas
ocasiones y nos ayudan a sobrevivir. Si salgo a la calle y veo un tigre suelto
haré bien en hacerle caso al miedo que siento y esconderme. Pero hay emociones
que pueden equivocarnos.
Un
primer sesgo emocional es el “sesgo interesado”. Este sesgo explica
la mayoría de nuestras ideas y opiniones éticas o políticas. Según este sesgo nuestros motivos o intereses personales influyen
en nuestra manera de pensar y ver el mundo. Apoyamos aquello que nos beneficia
a nosotros o a nuestro grupo. Las ideologías políticas son un buen ejemplo de
este sesgo. Estas se construyen en base
al interés de los que las defienden. Esto nos lo enseñó Marx en su día. Y, si bien es cierto que esto puede ser verdad, lo
que no es verdad es que la ideología sea la verdad última sobre la realidad.
Sin embargo, el sesgo interesado nos lleva a pensar que lo que es un interés
particular o grupal es la verdad absoluta. Explicado de forma rápida: si
alguien carece de riquezas pensará que lo justo son los impuestos progresivos
(que paguen más los que más ganan) y si, por el contrario, su situación
económica es buena pensará que lo justo es que todos paguen un porcentaje
igual y, en cualquier caso, lo menos
posible. Solemos defender aquello que
nos interesa de manera casi inconsciente y automática.
Otro
sesgo emocional es la “intimidación” o “apelación
al miedo”. También
se le ha llamado "argumento que apela al bastón". Consiste
en sostener la validez de un argumento
basándose en la fuerza o en la amenaza del uso de la fuerza. Si x no acepta que
H es verdadero entonces ocurre G (siendo G una coacción o ataque hacia x). Por
lo tanto, x acepta que H es verdadero. Por ejemplo: «Si no afirmas que tu (fe,
tus ideas u opiniones políticas) son falsas entonces, te mataremos». Este
argumento es muy eficaz a nivel social, político o religioso. Si una
persona no acepta ciertas verdades compartidas
por su grupo, corre el riesgo de verse excluido, perjudicado o incluso
asesinado. (Ejemplos, lamentablemente, hay muchos: persecuciones religiosas,
inquisiciones, terrorismos, etc.). Aunque parezca una obviedad que un
convencimiento racional no debería tener nada que ver con una amenaza, la
apelación al miedo ha sido uno de los argumentos más usados a lo largo de la
historia de la humanidad para cambiar ideas y lo sigue siendo hoy.
El argumento demagógico también se
basa en una interferencia de las emociones en la razón. S
e convence a un auditorio apelando a
sus sentimientos, emociones, prejuicios o intereses. Por ejemplo, cuando se
grita ante un auditorio: «Burgos para los burgaleses». «Castilla para los
castellanos». «Alemania para los alemanes…». Y lo que hay que preguntarse es: ¿Por
qué habría de tener preferencia para obtener un puesto de médico en Burgos un
burgalés? ¿No es lo más racional
contratar al mejor candidato para bien de los burgaleses sea de dónde
sea? Obviamente, sí. Pero lo emocional (lo demagógico) es ofrecer el puesto a
los del lugar. Sin embargo es claro que los sentimientos o intereses no justifican la
afirmación que se admite de modo irracional. El argumento, no obstante, es
letal y es usado por políticos populistas de todo signo. Recuérdese el “America
First de Trump o el “Italia primero” de M Salvini. Por este camino de la
demagogia no vamos a ninguna parte o quizás sí : a la situación de los campos
de concentración que muestra la imagen.
La apelación a la compasión es otro argumento emocional letal. Este error se
comete cuando se emplean palabras o
actitudes que tienen la intención de ofuscar emocionalmente el tema tratado
provocando compasión. Algo es verdad porque quien lo dice lo dice llorando
o hace ver que se está cometiendo una
injusticia intolerable. Esta es la estrategia del “victimismo” tan utilizado por los nacionalismos y los populismos. Hitler
lo utilizó con el pueblo alemán al que convenció de que era una víctima de las
potencias europeas que habían ganado la Primera Guerra Mundial. Pero no
pensemos solo en Hitler. También cada uno de nosotros en nuestra vida personal
lo utilizamos cuando nos ponemos en la posición de victimas ante cualquier
afrenta.
Paso
ya a los sesgos de presión grupal.
Estos sesgos son muy poderosos. En el fondo todos provienen de la misma causa.
Vivimos en grupo y el grupo nos es necesario para sobrevivir. Por esta razón
nos conviene estar a bien con el grupo y asumir sus “verdades”.
El
primer sesgo grupal es el efecto
arrastre o también llamado “falso
consenso”. Los
demás tienen una enorme influencia en nuestra manera de pensar y actuar. En
general tendemos a pensar y a actuar conforme a los patrones del grupo social en
el que estamos integrados. Hay numerosos experimentos que demuestran este sesgo
cuya fuerza conduce incluso a negar lo
que vemos. Un famoso experimento llevado a cabo en 1951 por un psicólogo
llamado Asch mostró a series de 7 a 9 estudiantes un grupo de cartas con líneas
desiguales. Todos los estudiantes menos uno estaban concertados previamente y
afirmaban falsamente que las líneas eran iguales. Pues bien, un 33% de los
estudiantes no concertados terminaban por sumarse a la opinión mayoritaria y
afirmaban que las líneas eran iguales.
El
falso consenso genera tópicos falsos o “tontos”
como los llama A. Arteta en una magnífico libro que lleva el
significativo título de “Tantos tontos
tópicos”. Hoy también existen
tópicos sociales falsos que forman parte de nuestra mentalidad y que pasan a
formar parte de nuestras creencias sociales compartidas e incuestionadas. No puedo extenderme mucho en esta
interesantísima cuestión (me dicen que la Lectio es “brevis”) así que me
limitaré a ofrecer algunos y sus
correspondientes contratópicos que he sintetizado de A. Arteta:
El sesgo confirmatorio y el sesgo de
reactancia
son dos sesgos más que tienen su origen en la presión del grupo. Según el primero,
solo hacemos caso de la información que confirma nuestras propias
creencias o hipótesis. Esto es fácil de comprobar en el tipo de prensa que
leemos que siempre es aquella conforme a nuestros posicionamientos ideológicos
o en los canales de televisión que vemos o en los ensayos que leemos. Y, según
el segundo, hacemos justo
lo contrario de lo que nos dicen, piden o recomiendan, si lo que nos dicen va en
contra nuestras creencias o el que nos lo dice no nos cae bien o lo percibimos
como una amenaza a nuestro grupo o a nuestros intereses. La reactancia es un
rechazo acrítico a escuchar otras ideas o sugerencias muy peligroso para la
libertad de pensamiento y el espíritu crítico. En cierta ocasión me perdí por
un pueblo del País Vasco y entré en una Herriko Taberna. Sobre la barra
encontré unas octavillas que informaban a los parroquianos de los periódicos
que no debían leer. ¡Viva la libertad de información!
Otro
sesgo grupal que explica muchas cosas es el de “obediencia irracional”. Según este sesgo se hace lo que manda alguien
que está investido de alguna autoridad. Esta
es una tendencia inconsciente, que se acrecienta si es el líder del grupo con
el que nos sentimos identificado quien nos da la orden. Este sesgo ha sido
demostrado por numerosos experimentos. Uno muy famoso es el experimento Milgram. Este profesor de Yale demostró
que somos capaces de infringir un castigo a otras persona simplemente porque
nos lo manda alguien que tiene alguna autoridad. En este experimento la
autoridad es un científico con bata blanca que ordenaba proceder a descargas
sucesivas y cada vez más intensas si unos sujetos fallaban las preguntas de un
test. Obviamente estos sujetos no recibían las descargas pero fingían el dolor
de modo que quienes se las propinaban creían que, efectivamente, las descargas
eran reales. La estadística del experimento es descorazonadora: un 65% llegó
hasta la última descarga de 450 voltios. El experimento demuestra que un 65% de
nosotros somos potenciales maltratadores
si nos lo mandan. Esto quiere decir que en esta sala hay un 65% de potenciales
maltratadores… Pero bien pensado, podéis estar tranquilos, vosotros ya no lo
seréis pues, a partir de hoy, conocéis el experimento y, al estar avisados, no
apretaréis el interruptor.
Otras
actitudes irracionales que se producen derivadas de la pertenencia a un grupo
son las que veis en la siguiente diapositiva:
No
puedo comentarlas todas en profundidad. Algunas, como la adulación del líder, explican ciertas derivas de nuestros líderes
políticos. La cuestión es que quiénes rodean al líder lo que pretenden es
ascender y, para ello, se muestran (no solo sumisos) sino aduladores. Bajo
ningún concepto se muestran críticos por temor a perder la aprobación del
líder. Esto es, por completo, irracional. Lo racional es rodearse de gente que
sea crítica.
Los
últimos sesgos que comentaré son aquellos debidos a causas psicológicas. Estos
sesgos aparecen de forma inconsciente y funcionan como mecanismos de defensa
ante la realidad con la finalidad de sobrellevar las circunstancias adversas de
la vida.
El
primero de ellos es la racionalización
Fingimos creer que lo que nos ocurre es lo mejor que pueda ocurrirnos porque
las cosas podrían haber ido peor. En general buscamos razones para justificar
nuestra situación llegando incluso al autoengaño. En la imagen podéis ver el
pensamiento del chico que se ha visto rechazado por la chica. “Bueno, en
realidad, no valía tanto”, se dice. La racionalización es un mecanismo casi
automático con el que buscamos superar circunstancias adversas de la vida.
Aunque tiene un sentido supervivencial puede conducirnos a perder tierra e
inventarnos los hechos.
Otro
sesgo psicológico es la “autojustificación”. Tendemos a
justificar nuestras acciones y ello hace
que seamos incapaces de reconocer nuestros propios errores llegando
incluso a auto engañarnos para justificar nuestras malas acciones. “Soy una
criatura inocente en un mundo pervertido” es el lema de la autojustificación.
El error que cometemos aquí es que somos, a menudo, incapaces de reconocer
nuestros propios errores. Los profesores vemos bien este sesgo en nuestros
alumnos cuando dicen: “Me han suspendido”
y no: “he suspendido”. Sin embargo, cuando aprueban dicen: “he aprobado”
y no “me han aprobado”. Este sesgo es universal y muy poderoso porque reconocer
los propios errores lastima nuestra autoestima.
Relacionado
con la “autojustificación” está el
“sesgo de sustitución”. Por lo general, reemplazamos un fin frustrado por
otro más asequible o buscamos culpables de nuestros propios fracasos. Este
mecanismo da lugar al fenómeno del “chivo expiatorio” que explica cosas
como la persecución de los judíos por los nazis y numerosos procesos de culpabilización
de los demás que llevamos a cabo de continuo. ¡Siempre son los demás los
culpables! ¡Jamás nosotros!
Este
sesgo es fácilmente apreciable en los populismos o los nacionalismos que
siempre buscan culpables de sus propias frustraciones ya sea el establishment,
la casta, los extranjeros, los judíos, etc.
Otro
sesgo psicológico (que es consecuencia de lo mucho que nos queremos) es el “sesgo de punto ciego”. Somos capaces
de apreciar los sesgos cognitivos en los demás pero incapaces de reconocer
nuestros propios sesgos cognitivos. Esto es muy común: vemos los defectos en
los demás pero no vemos nuestros propios defectos.
Por
último, me gustaría mencionar un sesgo que no he leído en la bibliografía que
he consultado y que denomino “sesgo
de omnisciencia”. Las
personas que han sido “tocadas” por algún éxito
(han ganado unas elecciones por amplias mayorías, han sacado una
oposición, han logrado grandes beneficios empresariales, han publicado un libro
de éxito, etc.) tienden a pensar
que lo saben todo y sus
opiniones son la verdad o valen más que las opiniones de los demás. Esto le
pasa a muchos presidentes de gobierno (y expresidentes). Lo que piensan es lo
siguiente: si tanta gente me ha votado será que soy muy listo o, desde luego,
más listo que los demás, luego mis opiniones y criterios son sin duda los
mejores. El peligro de este sesgo es que conduce al dogmatismo. Este sesgo es
apreciable, principalmente en aquellos políticos partidarios de la planificación
de la sociedad. Creen que el apoyo que han recibido del pueblo es una prueba de
la verdad y bondad de sus planes planificadores. Sin embargo desconocen por
completo las consecuencias que tendrán sus planes. Nadie sabe (ni puede
razonablemente saber) como sucederán las cosas, sobre todo porque los agentes
intervinientes en la sociedad y los factores que hay que tener en cuenta para
saber si una reforma será eficaz son muchísimos. Pero, al parecer, hay personas
que creen saberlo todo y que sus propuestas son las mejores. Sin
embargo, nadie es omnisciente.
Son muchos, como vemos, los sesgos que pueden
arruinar un pensamiento crítico. Los publicistas, asesores de campaña,
consultores políticos, directivos empresariales y cualquier persona que
pretenda abrirse paso en esta nuestra Sociedad
de la Postverdad los utilizan como medio para imponer sus ideas sin que se
pueda detectar su falsedad o intereses ocultos. Una muestra de lo que digo son
estas “Leyes de la propaganda política” que deben seguirse por un político o un
partido político si quiere triunfar:
Si nos fijamos bien todas estas leyes
se apoyan en algún sesgo cognitivo ya sea el de simplificación (muy eficaz) o en
los diversos sesgos emocionales o grupales.
La
conclusión de todo este apresurado análisis es bien clara: la manipulación del
conocimiento nos acecha por todas partes y, por eso, hoy más que nunca
necesitamos aplicar el pensamiento crítico. Para ello el primer paso ha de ser
el conocimiento de estos sesgos. Este es un trabajo que debemos realizar en la
escuela de modo que nuestros alumnos sean capaces de detectarlos y así poder
superarlos. Además, creo que podemos batir a estos “enemigos del pensamiento crítico” si aplicamos cuatro controles de calidad cognoscitiva a toda información que
ejemplifico con los cuatro mosqueteros de Alejandro Dumas. ¡Con estos
espadachines seremos imbatibles!
Todas las ideas, en mi opinión, para ser
aceptadas, deberían pasar estos cuatro controles:
El
primer control (nuestra primera espada) es tener siempre una actitud de sospecha o de duda ante cualquier afirmación. O sea
lo primero es cuestionarnos nuestro propio conocimiento o cualquier
conocimiento que obtengamos. El segundo es el “control de correspondencia”. Este control consiste en preguntarse:
¿es verdad esto que se dice? ¿Se corresponde con los hechos? ¿Es precisa y
concreta una afirmación? ¿Faltan hechos a considerar? El tercer control es el “control
de coherencia” que deberíamos aplicar a todo tipo de teorías o propuestas
prácticas. La coherencia es imprescindible para no equivocarse demasiado.
Nuestra vida, desafortunadamente, está repleta de contradicciones que
deberíamos evitar. Si una teoría o un
posicionamiento personal o vital no es coherente debemos resolver la
contradicción y, si no es posible, rechazarlo. Un ejemplo rápido: no tiene
sentido ir a una manifestación un día para pedir el aumento de las pensiones
públicas y, al día siguiente, ir a otra manifestación a pedir que se bajen los
impuestos. En cuanto al “control de
utilidad positiva o beneficio universal” es preciso aplicarlo a nuestras
acciones. Lo primero es pensar en aquello que
beneficia a todos. Esto no quiere decir que no podamos actuar en nuestro
beneficio particular o grupal, pero considero que las acciones que persiguen
intereses particulares solo son admisibles si no dañan a otros o perjudican al
beneficio o interés general. Quizás la aplicación de este control nos aporte
más tolerancia y sea un antídoto contra los dogmatismos de las posiciones
políticas inamovibles y fundamentalistas. No vivimos solos, por tanto los demás
(y sus intereses) también cuentan. Por eso, deberíamos tratar de hacerlos compatibles
y renunciar a nuestros máximos incluso aunque una exigua mayoría nos lo
permita. Esta es la actitud racional y
razonable: conformarnos con llegar a acuerdos y no tratar de imponer nuestros
máximos.
En
resumidas cuentas una auténtica actitud crítica
debe partir de la convicción de que no somos omniscientes ni estamos
(nadie) en la posesión de la verdad absoluta. A partir de esta convicción
convendría conocer los sesgos cognitivos que nos afectan. Preguntarse si lo que
pensamos no es más que aquello que nos interesa pensar o es el resultado de la
interferencia de alguna emoción o es la consecuencia de algún problema psicológico propio o se trata
de un error de razonamiento. Un buen método para acertar es procurar recabar
todos los datos y escuchar todas las razones. Acostumbrarse a escuchar a los
que no piensan como nosotros, leer a autores diferentes y opuestos y consultar
siempre diversas fuentes de información periodística.
También
deberíamos estar dispuestos a rectificar si nos equivocamos y tratar, como ya
he señalado, de pensar en clave universal a la hora de afrontar problemas prácticos.
Creo que si seguimos estas recomendaciones lograremos fabricarnos una mente
crítica y abierta que será más capaz de acercarse a la verdad y nos permitirá
no vivir demasiado engañados. Sobre todos estos consejos destacaría el consejo de
escuchar todas las opiniones e ideas. Esta actitud es la que creo que debemos
infundir en nuestros alumnos evitando en todo momento el dogmatismo. Enseñar es capacitar a los
alumnos a pensar por sí mismos. Mal haremos este trabajo si nos dedicamos a
ideologizar sus mentes desde nuestras propias mentes. La metodología que debemos implementar es la
de la discusión, el debate, la contraposición de ideas y la lectura de libros
representativos de las distintas visiones, de modo que ellos mismos saquen sus
propias conclusiones. Por este camino creo que lograremos mentes críticas y
abiertas que no serán fácilmente manipulables.
Para
terminar, me permitiréis sacar algunas conclusiones filosóficas de toda esta exposición
(que ha sido en gran parte psicológica) y que considero importantes:
La
primera es que, a pesar de todas las determinaciones de la mente que nos
acechan por todas partes, no puede negarse que
nuestra mente es capaz de desenmascarar a estos “influencers cognitivos” e,
incluso, desactivarlos. La prueba nos la proporcionan las propias ciencias
como la Psicología, la Sociología o las
Ciencias de la Comunicación, que han sido capaces de producir una ingente
cantidad de estudios sobre la materia en los que, de un modo pormenorizado, se
nos describen los sesgos cognitivos que nos afectan y se nos explica cuál es el
error cometido por nuestra mente, de modo que, a partir de su conocimiento,
podemos (si queremos) evitarlos. Esto, en mi opinión, es una buena
noticia para los defensores de la libertad de pensamiento (entre los que me
encuentro) pues significa que la libertad de pensamiento es posible gracias,
precisamente, a la capacidad autocrítica de la mente humana. Los propios
psicólogos, sociólogos o expertos de la comunicación, adalides de la tesis
determinista, son irónicamente la prueba de la falsedad del determinismo
psicológico, sociológico o comunicacional. Si estos mecanismos mentales fuesen
tan determinantes, no sería posible superarlos. Y, sin embargo, su conocimiento
hace posible su incumplimiento voluntario. Los psicólogos lo saben de sobra:
los sujetos que participan en un experimento (pongamos el famoso experimento de
Milgran) no pueden estar “avisados” del experimento, pues, si lo están,
entonces, no apretarán el botón para castigar con una descarga eléctrica los
fallos de los sujetos que realizan el test.
Esto significa que el autoconocimiento de las “leyes de la Psicología”
(o de la Sociología o de las Ciencias de la Comunicación) desbarata la supuesta
necesidad de estas leyes.
En
segundo lugar considero que, aunque exista la libertad de pensamiento, esto no
significa que, de hecho, todos y siempre pensemos de forma libre. ¡Esta
es la cuestión! Solo si conocemos estos
automatismos mentales y somos capaces de controlarlos y superarlos, seremos
verdaderamente libres de pensar lo que pensamos. La libertad para evadirse de estos automatismos
solo es posible si hay autoconocimiento de las determinaciones de la mente
y voluntad de superarlas. Por eso, la libertad de pensamiento, siendo ambas
cosas, es más una conquista que un don. En cierto modo es el resultado de
librar una batalla contra la manipulación psicológica de la mente que llevan a
cabo distintos “influencers” como son los “sesgos cognitivos”, las emociones, las
presiones del grupo social y ciertos trastornos psicológicos. Por eso,
debemos empeñarnos en fabricar “sujetos ilustrados” si queremos mantener un
régimen de libertades como la democracia.
Por
último, en tercer lugar, creo que, de todo lo expuesto, cabe obtener una
conclusión más (colateral pero de lo más interesante) y es la siguiente: la libertad de pensamiento y la verdad
están íntimamente relacionadas. Con frecuencia se ha opuesto la verdad a la
libertad de pensamiento. El argumento era que la verdad anula la libertad de
pensamiento pues “obliga” a pensar a todos lo mismo. Sin embargo, este
argumento es falaz. La libertad de pensamiento consiste en poder pensar
libremente (evitando los mecanicismos mentales) y en poder utilizar esa
capacidad para alcanzar la verdad. Es decir, hay una libertad “de” y una
libertad “para” en la libertad de pensamiento. La libertad “de” está en la capacidad de evitar los mecanicismos de
la mente. Y la libertad “para” está
en la capacidad de acertar, es decir, de alcanzar la verdad. La libertad “de”
es una condición necesaria y previa de la libertad de pensamiento, pero no es
una condición suficiente. Superar los mecanicismos mentales tiene como objetivo
evitar los errores a los que estos mecanicismos nos conducen. Su objetivo es
lograr la verdad. Por eso el “para” de la libertad del pensamiento es la
verdad. Lo queramos o no, la verdad entendida como una correspondencia entre la
información que emitimos y los hechos que suceden, no ha perdido ni un ápice de
su valor. Una neumonía no se transforma en un catarro por mucho que nos
empeñemos en llamarla catarro. Una crisis económica no desaparece por mucho que
consigamos hacer creer a la gente que no hay tal crisis. Los crímenes del
nazismo y del comunismo no se volatilizan por mucho que algunos los nieguen. Si
estamos equivocados acerca de los hechos y de sus verdaderas causas, no
sobreviviremos y estaremos expuestos a repetir los mismos errores.
Termino
con una cita de F. Savater que me parece muy oportuna y que resume el espíritu
de esta Lectio. Dice así:
Muchas gracias por vuestra atención y feliz
jubilación a mis colegas aquí presentes.
Burgos, Junio 2018