Kant (I)
Inmanuel Kant nació, vivió y murió en Konigsberg. Sin salir de esta pequeña ciudad alemana (entonces Prusia) fue uno de los hombres más sabios del siglo XVIII.

Su truco: leer todo lo que caía en sus manos.

Según sus propias palabras dos asuntos le admiraron sobremanera: el cielo estrellado que está sobre mí y la conciencia moral que hay en mí. Es decir: la prodigiosa concurrencia de un universo determinista y una conciencia moral libre.
¿Cómo es posible esta situación? Es decir: ¿cómo es posible que exista un ser libre (el hombre) en un mundo físico no libre? ¿Quién es el hombre para que merezca semejante tratamiento?

Por eso la pregunta por el hombre es la pregunta fundamental de la filosofía de Kant.

¿Quién es?

¿Qué puede conocer?

¿Qué debe hacer?

¿Qué le cabe esperar?

Sentido de la filosofía kantiana

Estas preguntas se las hace Kant en pleno siglo de la Razón, siglo en el que aparecen las primeras críticas a la explicación cristiana de la condición humana. Hume había puesto en duda las pretensiones racionalistas de conocer el mundo, el alma humana y a Dios. Esta duda conducía al esepticismo. La razón occidental llegaba así a un callejón sin salida. Kant, frente a este escepticismo, trata de recuperar la razonabibilidad de las principales creencias cristianas. Según Kant la razón teórica no puede llegar más allá de los meros fenómenos, pero sí nuestra razón práctica que puede alcanzar la razonable convicción de la existencia de un alma inmortal en el ser humano, de su libertad y de Dios. (Los llamados postulados de la razón práctica). Además, Kant deja claro (algo que conviene recordar hoy a los que niegan "científicamente" la existencia de Dios) que: si bien es cierto que no podemos conocer a Dios, tampoco podemos negar su existencia.

La existencia de Dios

El razonamiento de Kant sobre la existencia de Dios se construye a partir de la conciencia moral y la libertad del ser humano. Si somos seres morales y libres también hemos de ser responsables de nuestros actos. Ello implica que hemos de ser inmortales y ha de existir esa realidad (Dios) que asegure el cumplimiento perfecto de la ley moral inserta en nuestros corazones. Todo esto quiere decir que las creencias fundamentales del cristianismo (como la creencia en un juicio en el que Dios juzgue nuestras acciones) resultan, para Kant, plenamente racionales.

Para que entiendas esto quizás vengan bien algunas imagenes. Por ejemplo contemplar, por un momento, un volcán.

Este es el Etna en plena erupción. Una fotografía fantástica de la NASA .¿No te parece? Bien, pues mírala con atención y dime: ¿Se da cuenta el Etna de lo que hace? ¿Es el volcán responsable de los desastres que ocasiona? No, ¿verdad? Pero, ¿por qué?

Parece obvio que la razón es que el volcán no tiene conciencia de lo que hace ni es libre de hacer otra cosa.

Ahora piensa en el sujeto que ves a continuación:

¿Sabes quién es? Es Jack "el destripador" después de destripar a una de sus víctimas. La instantánea tampoco está nada mal. Es sobrecogedora y enigmática. ¿Cómo puede alguien hacer algo así? Pero a lo que vamos: ¿Es responsable de sus actos el hombre de la capa y el sombrero? Más bien parece que sí. Y, ¿por qué? Pues, sencillamente, porque podría no hacer lo que hace. Parece que el tal Jack, por ser un hombre, es decir, un ser dotado de conciencia y libertad, es responsable de lo que hace y debe responder de sus actos. Sus acciones no parecen muy cercanas al deber moral, sino todo lo contrario. ¿Por qué son malas estas acciones? Según Kant vulneran el imperativo categórico que manda no tratar a nadie como a un objeto. Y parece obvio que destripar a una persona no es precisamente tratarla como a un sujeto.

Pero es que además este hecho no puede quedar así como nos muestra la imagen: Jack se larga y la pobre desdichada yace muerta en la calle. Solo si el hecho es reparado de un modo absoluto (no de la forma relativa e imperfecta de la justicia humana), las cosas que pasan pueden tener algún sentido.Pero para que esto sea posible tiene que existir Dios (un ser en el que ser y deber se identifican) y el alma humana ha de ser inmortal para que algún día se logre el deber y seamos dignos de la felicidad.

Pero si Dios no existe, nada de esto será posible: las responsabilidades humanas se diluirían y desaparecerían y los males no tendrían reparación. La mujer que yace muerta en esa calle de Londres sería algo sin sentido. Una vida que termina así y que no tiene posibilidad de ser mejorada carece de sentido. De modo que como decía Dostoyevsky, el autor de "Crimen y Castigo", si Dios no existe,todo estaría permitido y habría que añadir: nada tendría sentido.

Por cierto que en esta interesantísima novela el protagonista (un tal Raskolnikov) comete un brutal asesinato para ver si le remuerde o no la conciencia. Dostoyevsky nos relata con absoluta precisión como la conciencia atormenta al estudiante Raskolnikov. Ahí te va la imagen de la portada de la novela para que te animes a leerla. No te defraudará.


(Éste es Dostoyevsky uno de los grandes escritores de la literatura universal)

Hay otros ejemplos que avalan que disponemos de una conciencia moral dificil de acallar. Te citaré dos para terminar:

¿Sabías que una gran cantidad de asesinatos o crímenes de diversa índole se resuelven porque los autores acaban por entregarse a la polícia?

¿Sabías que muchos asesinos terminan por suicidarse?

Por ejemplo: ¿Sabes cuántos terroristas de la ETA han acabado por quitarse de en medio?

Dejo las respuestas en el aire para que las investigues. No hay nada como enterarse de las cosas por uno mismo.

Y en esa línea también podemos buscar la prueba definitiva de lo que sostiene Kant en nosotros mismos:
¿Podemos acallar nuestra conciencia del todo? ¿Podemos hacerla callar? O más bien la conciencia no calla jamás. ¿Por qué?

Aquí lo dejo por hoy. Hay otras ideas muy intersantes que comentar de este gran filósofo. Pero eso será otro día. Ahora me voy a dar una vuelta. Ha caído una nevada en Burgos, justo el día en que llega la primavera. ¡Qué cosas!

(Parque de la Iglesia Real y Antigüa de Burgos. Abril de 2007.)

Y, la verdad, no puedo resistirme a caminar un rato sobre la nieve. Me gusta pisar la nieve y observar las huellas que dejan mis pisadas. Huellas efímeras. Nada que ver, desde luego, con las huellas que nuestras acciones dejan en nuestra conciencia.